A
Resulta irónico y digno de escrupulosa indagación, concebir cómo ciertos enunciados y contenidos de la ciencia, ciertas teorías e hipótesis, se fueron convirtiendo con el pasar de los siglos y la proliferación estratégica de los centros de aglutinamiento educativo y de homogenización, en auténticos dogmas y autos de fe, transmitidos como verdades irrefutables, leyes postuladas, sin que mediara más que alguna cotizada ecuación, y siglos de harta repetición; respuestas categóricas a las preguntas más esenciales que tenían que ver con los mínimos conocimientos sobre el planeta que habitamos; su forma, su cartografía, su estructura, su composición, los mecanismos y dinámicas geo-físicas, que fijaron no solo el imaginario en la mente de cada ser que nacía y que moría, sino el sustrato a partir del cual se explicaría la dinámica de interacción planetaria, las estaciones, la localización de las masas continentales, la relación cotidiana y definitiva, por ejemplo, con las dos luminarias celestes, el sol y la luna, las cuales determinaron milenios de días y noches, estipuladas como principio y fin de la jornada de trabajo; luminarias que repitieron su consuetudinario acto y permitieron al hombre rehacer su día, esa rima estrepitosa entre dos crepúsculos, y abastecieron la humana noción del tiempo, el concepto de temporalidad, sincronizando el universo exterior con el continuum perceptible y ponderable a través de esa otra cosa humana que llamamos memoria.
Millas y millas de intrincadas, inaccesibles y desorbitadas ecuaciones, cuyos concluyentes resultados, no siempre coincidieron con el mundo experiencial, observable y medible de todos los días, abarrotaron y siguen abarrotando el planeta, prolongando por más de quinientos años, teorías que, a fuerza de uso y alusión constante, acabarían por imponerse como leyes, aniquilando el sentido común, ese instinto humano que nos hace proclives a la interacción con el mundo, a determinar fenómenos, a derivar fenómenos que son susceptibles de repetirse, de ser correlacionados, extrapolados, inferidos.
Por eso, preferimos dejar de ver al sol, moviéndose de un punto cardinal a otro, o seguir viéndolo de reojo, no a 150 mi-llo-nes de kilómetros, sino muy cerca de nosotros, levantándose y poniéndose, sin poder entender la aparatosa prestidigitación científica, que invalida nuestra milenaria percepción del puntual astro y, que nos insta a aceptar contra toda humana observación, que es la tierra la que hipócritamente se mueve. Y se mueve, fingiendo estar tan quieta, a tan inverosímil velocidad, que ya ni dan ganas de inferir, ni de deducir, ni de teorizar, a lo sumo de seguir ficcionando, pues el entendimiento del universo a esas alturas de la ciencia, propende a ser asimilado en tercera persona; y eh ahí que el niño que fuimos, alguna vez, se siente aludido, y recuerda la historia de la manzana, no la de Eva, ni la de Adán; la de Isaac, con la que resolverían los mayores de ahí en adelante, cualquier entrañable inquietud sobre la ejemplarizante maniobra de un planeta esférico (¡oxímoron!), de 25.000 millas de circunferencia, compuesto el 70% por agua; un planeta a bordo del cual viajan, según cheking oficial, 7 mil millones de pasajeros que lo habitan , amén de otras especies; un planeta que gira sin cesar, recorriendo 1.670 nuevos kilómetros por hora, desde hace -siguen las cifras- 4500 millones de años, sin fisurar, derramar o estremecer un solo ápice de superficie terrestre en su centrifuga. Y como si no fuera ya vertiginoso el malabarismo espacial, la tierra errante por el cosmos logra de manera simultánea e igualmente imperceptible, trasladarse por el espacio, a una espeluznante velocidad de montaña rusa sideral, al alcanzar los 108.000 kilómetros, cada 120 segundos. Y ya sabemos, alternando en todas estas peripecias celestiales, la mitad del orbe terrestre, incluyendo sus pasajeros, de pies a cabeza, asistido por la fuerza megalómana y selectiva, fabulada bajo el árbol de manzano, y cuyo solo nombre, que ya iremos olvidando, curva la inmensa extensión de océanos alrededor de una tierra sin duda no esférica, conteniendo y plegando al suelo, ciudades de concreto y acero que, equilibrando los patrones de medida, saben colapsar ante frágiles movimientos telúricos de 6 o 7 grados en escala de Richter. ¡Oh, ¡Gravedad, fuerza selectiva y a veces bienhechora, que salvaguarda fuera de su radio de influencia a la lluvia, las mariposas, los aviones, los pájaros, los fuegos artificiales, los barriletes, las abejas, los tenderos de ropa!
B
Concurrimos todos al unísono, a seguir repitiendo el nombre de la versátil fuerza, comodín de la física, que pretende ajustar ecuaciones, cálculos terrícolas, en una Tierra recientemente esférica, de la cual cada vez sabemos menos, pues la traducción del mundo, esto es, la lectura y comprensión mínima de los diversos fenómenos que configuran nuestro universo, propenso éste a repetirse esencialmente todos los días, en cuyo caso no habría un hombre que a lo largo de 50 o 60 años de rutinaria y cotidiana interacción y hedónico obligatorio estudio, que no hubiese inteligido, deducido y comprendido al menos tres o cuatro comprobables certezas de su mundo, que al día siguiente no pudiera revalidar en su campo de experiencia doméstica. No obstante, toda esta connatural posibilidad humana, cada vez más lejos del alcance de la mente de cualquier legítimo existidor, porque así lo prescriben paradójicamente los centros de aglutinamiento educativo y de estandarización, que excluyen a conveniencia a quienes disientan de los discursos oficiales, descalificando además a aquel que no transija con la feria de las certificaciones y sus superlativos rótulos de acreditación.
Solo así se explica que teorías científicas de quinientos años de acuñamiento académico, puedan ser hoy reconocidas como leyes, sin haberse comprobado ni en el laboratorio, menos aún en el campo de la experiencia observable y perceptible, la que nos permite hoy decir que no sabemos tanto como pretendemos saber, ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del que nada sabemos con certidumbre — ni siquiera que es falso; ya en las memorias una tierra ficticia ocupa el sitio de otra, de la que nada sabemos con certidumbre, ni siquiera que no es esférica. Y que las estrambóticas velocidades, que ni usted ni yo, ni los que nos precedieron, a través del tiempo pudieron percibir nunca; hacen parte de una serie de provisionales metáforas científicas, ya que sus cómputos no corresponden en la práctica a ningún dato usado fehacientemente en el mundo que llamamos real.
Resulta espeluznante, estremecedor, más allá de todo lo imaginable, pensar que luego de tantas horas de jornadas e investigación científica, hipótesis, leyes, cuyos enunciados nos han procurado la configuración de un mundo y hasta de un universo cognoscible, nos encontremos en este último siglo, -que por lo demás, quien escribe y lee no excederá -, ante la posibilidad de que los conceptos esenciales acerca de nuestro planeta Tierra, se encuentren aterradoramente, en entredicho; podemos contrariamente, para quienes estaríamos percibiendo cierto bucle interpretativo de la realidad, pensar que pese a que se trata de un devenir accidentado, deliberado, por supuesto maniobrado y hasta detenido en el tiempo, no por ese intolerable desfase, deja de ser el momento histórico que ya estamos atesorando, como si se tratara de una consecuente ráfaga de lucidez que empieza a explayarse por mentes entusiastas que se dedican a hacer lo suyo, el ejercicio congénito de pensar, ese placer mayor del entendimiento y de la construcción mancomunada y benévola de ese entendimiento, sin que tercie en dicho proceso más que una perseverancia y un rigor inclaudicable por la búsqueda de la verdad, o por lo menos en el ánimo del desentronizamiento de una serie de evidentes y ya comprobables falacias y mentiras que resultan cómodamente rentables, para quienes no han dejado de incidir sobre nuestro imaginario, esa especie de red neuronal y dimensional que circula información, en este caso errática, distrayendo y pauperizando el auténtico sentido de nuestras vidas, y la esencia misma de la vida en la Tierra, reducida por esa otra soberbia onomatopeya científica, la del Big bang, que cada vez más, nos anula y nos afantasma, minimizando nuestra existencia humana y reduciéndola a su expresión infinitesimal de especie fortuita, aleatoria y contingente, en un planeta igualmente contingente, aleatorio y fortuito, con el que bien se puede seguir jugando a los dados, a la guerra, al hambre, a la esclavitud, a la veleidad, a la división, a la mentira, a la ignominia, al horror, al automatismo, a la enajenación, al selectivo, gradual y obsceno exterminio.
C
Creo entender el porqué de este fenómeno en el que cientos de miles de civiles, ciudadanos de un planeta, que se nos presenta hoy como un objeto reciente, ajeno, casi ignorado, de tantos aleccionados a priori, inmutables a través de milenios, aprendidos, no asimilados, e impartidos como santo y seña en una sociedad que castiga el disenso y premia la siniestra adhesión; cientos de miles de civiles, ciudadanos de un planeta, hoy más que nunca inexplorado, y cuya lúcida y apremiante vigilia, no tiene particular precedente en la historia, al menos en la historia que conocemos; la palabra revolución, resquebrajada y propensa a desgastarse y ser vapuleada a conveniencia, esperamos que le quede lejos; no debe ser esta una época para las individualidades, los ultra secretos, los mesías, las banderas, las ocultas órdenes, los engaños, las dictaduras, las atroces coaliciones, las privilegiadas naciones unidas, los plutócratas, los nacionalismos a ultranza, las razas superiores, la información oculta, la desinformación, la estúpida escisión del éxito y el fracaso, la paradoja del dinero que sabe empobrecer lo que toca.
En cambio, es un tiempo propicio para reinterpretar nuestra realidad, esa que otros a través de milenios, dieron forma y sentido, construyendo sociedades a las que deliberadamente han erigido, hecho sucumbir, colapsar y reconfigurarse al vaivén de sus convenientes propósitos temporales; sociedades que hoy doblegan con las mismas premisas, que hace más de dos siglos otorgaban el derecho a la libertad, la igualdad y la fraternidad, abriendo el acceso a la información a través del compendio unívoco de la verdad que constituyó la Enciclopedia, que a su tiempo reproduciría alineando sus contenidos en los libros de textos, que bien hemos sabido aprender como exigía la norma, en la escuela primaria y secundaria, y luego hemos sabido refrendar bien, en las universidades y demás centros de regulación y estandarización social.
Nunca, estimo, hubo tantas posibilidades de entrar en conjunción contemporánea, con tantos seres humanos a lo largo y ancho del planeta, mujeres y hombres con conocimientos heterogéneos, con lecturas, singularidades, intuiciones, investigaciones, inquietudes, estudios, sentido común - algún efecto benéfico, aparte de la ruina de nuestras economías nacionales, se habrá filtrado de ese calculado propósito de la globalización-.
Así, un grupo cada vez más grande de personas, de todas las nacionalidades, tendencias de pensamiento y lenguas diversas, profesiones y oficios disímiles, han decidido, sin que tercie en su proceder, incentivos económicos, certificaciones, títulos, recompensas o cualquier otra usura, dedicar su inteligencia, su intuición, su observación, su rigor investigativo, y en todo caso su honestidad intelectual y su dimensión ética y humana, más allá de dogmas y lecciones aprendidas como dogmas, para revisitar teorías, cálculos, deducciones, magnitudes, cómputos, conjeturas, prestigiosas teorías, hallazgos científicos que hicieron carrera y que declinaron en fraudes, hipótesis que funcionaron y funcionan como leyes, leyes que postularon supuestas realidades, que desde la física hasta la medicina y desde la astronomía hasta la historia, reclaman hoy más que nunca La Verdad, esa que de tan evidente, ya hacía de la entronizada mentira, un desgastado numerito circense que aprendimos a celebrar con las palmas, cuando aún no terminaba el primer acorde de la fanfarria, o que hacía de nosotros, actores extraviados de un Festpiele suizo, reproduciendo y recitando sucesos históricos de un pasado ilusorio; o figurantes autómatas de representaciones que siguen configurando el caótico presente.
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Dejo en la parte inferior las coordenadas, para el lector que ha resonado con este documento, y que quiera sumarse a los canales de YouTube, que han venido trabajando hace más de dos años, desde distintas partes del planeta, de manera individual, y que han venido constituyéndose poco a poco en diversos grupos de estudio que adelantan investigaciones socializadas en internet, a través de semanales hangout en directo, videos expositivos con recursos didácticos sobre pruebas y cuestionamientos a la ciencia oficial, exposiciones puntuales rebatiendo teorías y fraudes célebres de la astronomía, la física, la biología, la paleontología, el evolucionismo, la psiquiatría, y la historia; videos y pruebas del prestigioso fraude del viaje a la luna, la estafa de la NASA, la Estación Internacional y los Satélites; la ignominiosa industria farmacéutica, los virus y las vacunas, teorías y conceptos comparados y revisitados de cartografía y mapas terrestres, geopolítica, economía, y nuevo orden mundial; videos de noticias y análisis crítico de fenómenos astronómicos y atmosféricos de la actualidad, videos temáticos, tertulias, música y videos artísticos, crónicas sobre diversos temas, y demás revisiones a los distintos postulados del conocimiento y la ciencia oficializada, basados en análisis y reinterpretación de teorías, documentos y experimentación, información escrita, pruebas empíricas, libros, documentos gráficos, conferencias, fotos, imágenes, material fílmico; acometiendo tareas como nuevos registros fotográficos, audiovisuales, trabajo de campo, análisis y experimentación, pruebas empíricas, rescate y compendio de material escrito previamente por autores precursores de los paradigmas en estudio, redacción de nuevos documentos escritos y audiovisuales, edición de libros, videos recreados con programas que facilitan el entendimiento del fallido modelo heliocéntrico y sus devastadoras implicaciones, y el entendimiento del modelo más ajustado y verosímil de la Tierra como Plano Multidimensional; paralelamente dando a conocer los programas que difunden otros perentorios y acallados modelos científicos, de los cuales quiero resaltar, ya para terminar, las 5 leyes de la Nueva Medicina Germánica del doctor Ryke Geerd Hamer, las cuales dan término a las cinco mil hipótesis que conforman la medicina ortodoxa que equipara enfermedades y fármacos, frente a una ciencia médica que se ordena mediante 5 leyes, que revolucionan nuestra manera de entender un consecuente Programa Biológico Especial de la Naturaleza, con pleno sentido biològico, el cual hemos tergiversado en enfermedad; malogrando, atacando y desajustando un proceso coherente de autocuración.
No se reserve para sí, lo que le está dado decir. Ana María Rivera
20 de enero de 2018
http://anamararivera.blogspot.com.co/2018/01/lo-que-todo-existidor-debe-saber.html
https://www.youtube.com/channel/UC9sKDUM0-AO7DUocvR5DuYw https://www.youtube.com/watch?v=Ufcge_bmd98
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Excelente!!!!